Obra de infancia de Marta Ferreras |
Siendo niña, mi abuela me encargó una pintura al óleo: pidió que le pintara un florero. Yo, sin la más mínima malicia, pinté del natural una rosa y cuatro capullos algo marchitos metidos en un simple vaso con agua. Al principio no estaban marchitos, pero tardé en pintar el cuadro y se fueron ajando poco a poco. Había en ese melancólico declinar de la vida una tristeza profundamente hermosa que no rechacé: permití que se fuera apoderando del cuadro. Cuando lo terminé sentí que había logrado algo; pensé que, teniendo en cuenta mi edad, me había quedado bastante bien. Pero a mi abuela no le gustó y no pude comprender por qué. Ahora sí lo comprendo y veo también que, casi sin conciencia de ello, la niña que yo era sentía ya ese amor, esa atracción por lo deteriorado, lo marginal, el ser humilde al que juzgamos insignificante y no suficientemente bello.
Hubo épocas en que se consideraba más valioso el retrato de un rey que el de un mendigo. La gente creía en las jerarquías de una manera terrible, no sólo en el tema artístico sino en todos los aspectos de la vida. Aún sigue ocurriendo. Se admira el diamante y se desprecia el guijarro. Casi todas las muchachas, lo confiesen o no, sueñan con zapatitos de cristal y fiestas palaciegas.
Sin embargo, hace ya siglos que los artistas descubrieron la otra belleza: es una visión misteriosa que se instala en algún lugar recóndito de nuestro ser, lejos de esa mirada práctica del animal que somos, que considera bello tan sólo lo que se acompaña de algún beneficio o satisfacción para el organismo en su sentido más puramente físico: siempre fueron bellas las flores, bello el sol, bello el día apacible, bella la mujer joven apta para el placer o la procreación, bello el niño sano, bellas las mansiones lujosas y cómodas. Pero los Románticos alabaron la sublime tormenta, Caravaggio pintó pies sucios y frutas picadas, Ribera retrató al niño cojo en la pose de un príncipe.
Y, antes de todo eso, Durero había hablado de una idea de belleza más amplia y compleja y había sugerido algo que, todavía hoy, mucha gente no comparte o no logra comprender: que no es el motivo o el modelo bello (establecido como bello por la mayoría) sino la bella realización lo que hace valiosa una obra de arte.
(Mirad, si no, esta obra de Mijo Kovacic).
En su poema "Mujeres hermosas" Walt Whitman escribió: "Mujeres se sientan o van de un lado a otro, algunas ancianas, algunas jóvenes; las jóvenes son hermosas, pero las ancianas son más hermosas que las jóvenes".
No sé si, desde un punto de vista animal y práctico, será ésta una forma enferma de mirar las cosas. En caso de que sea una enfermedad, yo también la padezco.
Hubo épocas en que se consideraba más valioso el retrato de un rey que el de un mendigo. La gente creía en las jerarquías de una manera terrible, no sólo en el tema artístico sino en todos los aspectos de la vida. Aún sigue ocurriendo. Se admira el diamante y se desprecia el guijarro. Casi todas las muchachas, lo confiesen o no, sueñan con zapatitos de cristal y fiestas palaciegas.
Obra del artista croata Mijo Covacic |
Sin embargo, hace ya siglos que los artistas descubrieron la otra belleza: es una visión misteriosa que se instala en algún lugar recóndito de nuestro ser, lejos de esa mirada práctica del animal que somos, que considera bello tan sólo lo que se acompaña de algún beneficio o satisfacción para el organismo en su sentido más puramente físico: siempre fueron bellas las flores, bello el sol, bello el día apacible, bella la mujer joven apta para el placer o la procreación, bello el niño sano, bellas las mansiones lujosas y cómodas. Pero los Románticos alabaron la sublime tormenta, Caravaggio pintó pies sucios y frutas picadas, Ribera retrató al niño cojo en la pose de un príncipe.
Y, antes de todo eso, Durero había hablado de una idea de belleza más amplia y compleja y había sugerido algo que, todavía hoy, mucha gente no comparte o no logra comprender: que no es el motivo o el modelo bello (establecido como bello por la mayoría) sino la bella realización lo que hace valiosa una obra de arte.
(Mirad, si no, esta obra de Mijo Kovacic).
En su poema "Mujeres hermosas" Walt Whitman escribió: "Mujeres se sientan o van de un lado a otro, algunas ancianas, algunas jóvenes; las jóvenes son hermosas, pero las ancianas son más hermosas que las jóvenes".
No sé si, desde un punto de vista animal y práctico, será ésta una forma enferma de mirar las cosas. En caso de que sea una enfermedad, yo también la padezco.