ARTE Y VIDA. 1ª parte.




Mi hermana Laura era romántica y sentimental, insegura, llena de deseos de ser amada, siempre demasiado ingenua para su edad. Arramblaba con todas las fotos, y hacía bien porque las valoraba más que nadie. Un día me regaló un pequeño álbum titulado Mi hermana y yo, en el que me cedía algunos de aquellos tesoros. Estas cuatro fotos formaban parte del álbum.

Arriba, a la izquierda, mi madre y yo. A la derecha, Laura (la menor de ambas) y yo en nuestro estupendo pupitre. Jugábamos a maestras y alumnas.

Arriba, a la izquierda, foto escolar con unos libros de animales (estratégicamente colocados por el fotógrafo para dar ambientillo a la escena)¡de buena gana me los hubiera quedado! En casa teníamos enciclopedias de todos los temas: es algo que tengo que agradecer a mis padres. Mis favoritas eran la de Historia del Arte y la de Animales, que venía en cinco tomos: insectos, peces, reptiles, aves y mamíferos.
A la derecha, una imagen de la paz del hogar, lejos del colegio, que era para mí (aunque jugaba a maestras y alumnas) una monstruosa selva. Y es que los niños podrán parecernos pequeños e inofensivos, pero no olvidemos que entre ellos la perspectiva cambia: se ven todos a la misma altura. No sé lo que estoy recortando en la foto. Solía hacer teatrillos dibujando y recortando figuras que se sostenían de pie: circos, castillos, granjas, pueblecitos. También hacía mariquitas recortables de mi creación, a imitación de las que me traía siempre el ratoncito Pérez, ese fabuloso ratón adornado con collares de dientes humanos, cuya sola imagen mental es una experiencia artística insuperable.

Las mariquitas me siguen gustando, aunque ya no estén de moda. Esta es una pequeña muestra de las que hice cuando nació Gabriel. Los diseños no son míos, son fieles representaciones de sus ropas verdaderas. Sigo jugando, sí. Porque el arte es juego, y jugar es vivir profundamente. 

Este cuadro de la izquierda es mi primer cuadro al óleo y la primera obra de mi infancia que ha sobrevivido. Ya no era tan niña, tendría doce años. Lo pinté en Navidad, y se nota. Estrenaba con él mi primer equipo de pintura al óleo, regalo de los Reyes Magos, más concretamente de Melchor. Pero ¿qué pasó con los cientos de dibujos que hice antes? Lo que ocurre con los dibujos de todos los niños: que los mayores los tiran. Por eso ahora soy avariciosa (como Laura con las fotos) y me apodero de todo dibujo infantil cuyo destino yo sospeche que va a ser la papelera. Bajo estas líneas, uno de los tesoros de mi colección. A la derecha, mi primer autorretrato, con trece ó 14 años; mi primer autorretrato realista, se entiende, porque supongo que de más niña me dibujé a mí misma un sinfín de veces, como suele ser lo habitual. 

Este dibujo, que pertenece a mi colección aunque sólo de un modo virtual (el original no lo tengo), lo realizó una niña llamada Andrea. Me dio permiso para escanear todos sus dibujos pero no me regaló ninguno. Andrea era un caso raro: tenía tanta conciencia de artista que ella misma fue guardando su obra desde los 3 ó los 4 años. Sólo he conocido otro caso así: Pedro, que es el que aparece aquí abajo en un retrato rápido al pastel.

Se trata de un retrato "reclamo" que hice en las Ramblas de Barcelona. A Pedro le gusta, yo habría querido hacerlo mejor. Pedro posó para mí como si fuera un turista, para que los turistas se animaran. Descubrimos las Ramblas en nuestro primer viaje como pintores. Arriba, a la derecha,  yo en ese viaje. Parezco cansada de esperar. Hacía un calor terrible y durante buena parte del día, en Andalucía sobre todo, las calles estaban desiertas.


Arriba, foto de Pedro en ese viaje. Teníamos poca experiencia (ninguna) y aprender el oficio de pintor callejero significó tres meses de adelgazamiento vertiginoso. Pasamos hambre, pero conseguimos recorrer gran parte de la geografía española y poner un pie en Francia. Nuestra primera obra fue una copia de Murillo (Niños comiendo uvas) en el suelo de la Plaza Zocodover, en Toledo. Cambiamos enseguida de plan: descubrimos que pintar en el suelo causa admiración pero es muy duro porque el sol te achicharra, los dedos se te pelan, las monedas son muchas pero muy pequeñas y además, a la mañana siguiente, resulta que han regado las calles. También, más adelante, que algunos llaman caricaturas o autorretratos a los retratos; que otros creen que la caricatura es un insulto; y que la solidaridad entre artistas callejeros es un bien escaso. Y, justo antes de que nos robaran la cámara de fotos (en Cadaqués, arruinando así nuestro reportaje fotográfico), descubrimos la maravillosa Barcelona: cruel e injusta (como todas las ciudades y todos los pueblos) pero resplandeciente de belleza.

Volvimos a Barcelona una y otra vez. Un profesor de la Escuela de Artes y Oficios de Valladolid, de la época de mi primer autorretrato, siempre decía: "La nena podría vivir de hacer retratos". (Me llamaba "la nena" porque en los cursos monográficos de dibujo casi todos eran adultos). Y tuvo razón, durante largas temporadas ese oficio me dio para vivir pero, eso sí, muy humildemente. En la foto de arriba puede verse a Pedro en Barcelona, fotografiado desde una torre de La Sagrada Familia. Alternábamos el trabajo con el disfrute de todo el arte que hay allí, que es muchísimo. El poema de Pedro, dedicado a la impresionante iglesia de Gaudí, surgió de una forma extraña: íbamos en un tren atestado de gente, de pie, en el espacio entre vagón y vagón, recibiendo codazos. De pronto Pedro me dijo: "¡Rápido, Marta, busca papel y boli, que me ha venido un soneto y se me va a olvidar!". Lo escribió de un golpe, con la letra temblorosa por el traqueteo. ¡Para que luego digan que la inspiración no existe!

Esta foto me parece perfecta. La hizo Pedro en un viaje en tren, en 1992, probablemente hacia Barcelona. A veces crear una obra de arte cuesta tiempo, esfuerzo y verdadero sufrimiento. Otras veces, en cambio, es suficiente con un segundo de clarividencia. Intuitivamente se capta un instante, ese instante raro en que todo se presenta conjugado en sorprendente armonía. Nada sobra y nada falta. Un instante de plenitud que debemos atrapar al vuelo, porque en seguida se nos escapa.

Arriba, a la izquierda, autorretrato en la Pensión Villanueva de Barcelona. A la derecha, cuatro cuadritos realizados en la Pensión, en diferentes años. Estaba situada en la Plaza Real, en el corazón de las Ramblas. Por la noche no paraban de tocar el bongo: de no haber estado tan cansados, habría resultado desesperante. Este autorretrato lo hice en acrílico, una técnica que no suelo utilizar porque no es apropiada para mí: seca demasiado deprisa. La gente siempre dice: "¡Qué original! ¿cómo se te ocurrió poner un paisaje en el espejo?" Pero simplemente estaba ahí, alguien lo había pintado. Es un paisaje muy naïf y yo lo pinté naïf precisamente porque lo pinté con realismo.
La Pensión Villanueva era una misteriosa casa de estilo modernista. Las habitaciones eran inmensas y altísimas y se pagaba por mes. Se alojaban estudiantes y la regentaba Román Ferrer, un hombre bastante mayor muy interesante: era cuñado de Joan Pons, del mítico grupo Dau al Set. Él mismo aparece mencionado en un escrito de Juan Eduardo Cirlot como el primer fotógrafo informalista de España. Pasaba largas horas escribiendo a máquina. Después la Pensión pasó a otras manos, se estropeó, Román Ferrer desapareció y no volvimos a saber de él.

Estos personajes (nosotros) formaban parte de las muestras del puesto de caricaturas de Pedro.


En la foto de arriba, Pedro posa para nuestro amigo Aaron. Por un día nos apeteció ponernos al otro lado del caballete. Aaron era un argentino que vivía de retratar a los turistas en las Ramblas, y tenía más talento que muchos que exponen en galerías "importantes". El mundo es así de injusto.

Éstos somos Pedro y yo, en interpretación de Aaron.

Éste es Pedro en interpretación mía. Lo pinté durante un viaje por Italia. Compartía con nosotros la tienda de campaña, lo cual era bastante incómodo, dado el reducido espacio de que disponíamos. Creo que escogí esa camisa por afán de llevar la contraria: en Bellas Artes "hacer detallitos", como ellos decían, era casi un pecado. También por eso pinté los pelos de la barba uno a uno. Hacia el final del viaje lavamos nuestra ropa en un lavamatic y luego la metimos en la secadora, y la camisa encogió, pero sólo por un lado. A la derecha, cartel de nuestra primera exposición conjunta, en el año 92. El cartel es diseño de Pedro. Aparece el retrato viajero y una pintura que Pedro me dedicó. Los cuadros que Pedro mostró en la exposición eran expresionistas, entre la abstracción y la figuración. Los míos eran más vacilantes en cuanto a estilo: fauvismo, expresionismo, cierto toque naïf y los primeros cuadros realistas. Fue en la sala Unamuno de Salamanca. Acudió la Facultad en pleno, pero no vinieron periodistas a la inauguración porque no se nos ocurrió avisarles.

El cartel que aparece arriba a la izquierda creo que es un diseño de ambos. Esta exposición tuvo lugar en 1993 en la sala del Banco Central Hispano 20 de Salamanca. Hubo gente que no comprendió la convivencia de estilos distintos pero también hubo gente más abierta que hizo comentarios favorables al respecto. La niña fantasmagórica que aparece a la derecha es mi hermana Sara. Me salió un cuadro muy extraño, expresionista- realista por arriba (porque partí de una foto) y expresionista-naïf por abajo (porque la mano con el palito me la inventé). Está inspirado en un accidente que, por fortuna, no tuvo consecuencias graves. Siendo yo adolescente, estaba sola en casa y llamaron a la puerta. Me encontré con un policía enorme plantado frente a mí. Segundos después capté que llevaba de la mano a mi hermana pequeña. Estaba muy seria y formal, callada. Cuando se dio cuenta de que ya la había visto rompió a llorar, como es típico en los niños, que lloran con efecto retardado. Fuimos al hospital en un coche de policía.





Arriba, reseña de otra exposición conjunta, en el 92, en la sala Lazarillo de Salamanca. El cuadro que aparece en la foto del periódico es El Doctor Guzmán, de Pedro, un cuadro que fue la fuente de inspiración de su primera novela. En esa exposición presentamos el primer número de nuestra revista Después del Diluvio. A la derecha puede verse la portada del nº 1, diseñada por Pedro. En la reseña se califica a nuestra revista de "crítica con la Facultad de Bellas Artes" y, en efecto, lo era. Intentábamos reivindicar el derecho a la libre elección de estilo en una Facultad absolutamente intransigente con determinadas formas de expresión como, por ejemplo, el realismo. Años después, ya fuera de la Facultad, descubrimos que "en la calle" la intolerancia apuntaba en sentido contrario.


Sobre estas líneas, parte de un artículo que salió en La Gaceta de Salamanca, en el que se hablaba de las revistas universitarias.



La portada del Nº 2 la diseñé yo. Está dedicada, en homenaje póstumo, a Celestino Muñoz Beato, un hombre casi centenario cuya pequeña figura era muy conocida en las calles de Salamanca, aunque casi nadie sabía realmente nada de él. Solía exclamar "¡cómpreme una poesía!".Vendía unos poemas muy ingenuos al precio de "la voluntad", en general de tema moral y religioso; también incluía temas autobiográficos, chistes y jeroglíficos de su invención. Yo estaba preparando un homenaje en vida, pero Celestino no vio cumplido su deseo de llegar a los cien años. Rodeaba su persona un aura tal de inocencia y simplicidad que me impresionaba y me inspiraba una profunda admiración. Arriba, a la derecha, Celestino en la calle Concejo. Abajo a la izquierda, maqueta (diseñada por mí) del cartel anunciador de un libro que le dedicamos. Abajo a la derecha una de las famosas poesías.






Como la muerte de Celestino me afectó mucho, Pedro me propuso dedicarle un libro. Me lancé a una especie de investigación periodística y encontré todos sus cuadernos originales: los tenía un simpático muchacho llamado Miguel Ángel, que era, además, quien le pasaba los textos a máquina. Lo que averigué sobre Celestino acrecentó mi interés hacia él: ¡con razón pensaba yo que no era un hombre corriente! Había sido fraile y maestro hasta que, por alguna razón, tuvo una crisis y se lanzó a una vida extraña. Quería ser un auténtico apóstol de Cristo: vivía de vender por la calle sus poemas moralizantes, de recoger cartones y de la ayuda de algunos religiosos. El libro tardó un año en salir, en edición muy pequeña y a precio de coste, pues no buscábamos un beneficio económico. Pretendíamos impedir que sus poesías se perdieran y defenderle de un artículo humillante que tiempo atrás había salido en un periódico (y que le ofendió de verdad), en el que se le convertía en pretexto para hacer literatura del tipo "pobre fracasado" (esa sensiblería gusta mucho a los que se consideran triunfadores) y en el que se le negaba la paternidad de sus poesías. El texto me quedó bastante ingenuo y con alguna errata geográfica (es que la geografía nunca ha sido mi fuerte).


Sobre estas líneas, cartel, diseñado por mí, de nuestra segunda exposición conjunta en la sala Lazarillo, en 1995, esta vez bajo el nombre Grupo Después del Diluvio. Yo me había decantado ya por el realismo o, si se quiere, por el hiperrealismo, aunque el dibujo Cementerio con ángel, del que aparece un fragmento en el cartel, es de un realismo idealista y romántico, como toda mi obra en general. En esto difiere del hiperrealismo que más conoce la gente en España, el de Antonio López, que oscila entre lo sórdido y lo puramente objetivo (por decirlo de una manera simplificada y, por tanto, no del todo verdadera).
En esta exposición nos topamos con la falta de comprensión del público hacia el hecho de que formáramos grupo pintando en estilos tan distintos. Siempre surgía el mismo razonamiento: si esto es bueno, esto otro tiene que ser malo. Los dos eternos equipos enfrentados. A la derecha, artículo en un periódico salmantino, varios años después, acerca de nuestro grupo y de las ideas que seguíamos reivindicando contra viento y marea..







Exposición en el Palacio de Figueroa de Salamanca, en 1996. El cartel está diseñado por mí. Fue la primera vez que vendí un cuadro "no de encargo", pues hasta entonces había vendido siempre retratos.
(La excepción, eso sí, fueron los que vendí, con catorce o quince años, en diversas exposiciones colectivas. Pintaba yo en aquella época en un estilo surrealista un poco a lo Dalí y Tanguy, con influencia de Henry Moore. Para mi sorpresa, me salían compradores, aunque alguna vez me engañaron con el precio).
En esta exposición del casino recibí también mi primera crítica favorable, algo más que una reseña. Fue José A. Montero, en La Gaceta de Salamanca (bajo estas líneas).
Más abajo, reseña aparecida en El Adelanto. He tenido que hacer un pequeño montaje porque se confundieron y mezclaron dos exposiciones. A mí me pusieron la cara de una chica llamada Ana Barbero y a ella le pusieron mi cara. Al día siguiente rectificaron.




Este cuadro de arriba, titulado Radiador, fue el primer cuadro hiperrealista de tema personal (no realizado por encargo) que vendí en mi vida. Es el que más se parece a lo que se suele entender como hiperrealismo español. El pintor Zacarías González, que visitó la exposición, le dedicó muchas alabanzas aunque, como él tenía un concepto muy clásico de la composición, añadió: "¡Lástima que el libro esté cortado!".


Y este otro cuadro es el único que conservo de aquella época infantil-adolescente en que vendí algunos cuadros surrealistas. Aquí, aunque sigue habiendo cierta torpeza, sí conseguí los degradados que, en mi primer óleo (el de la Virgen) intenté sin éxito.

Arriba, cartel, diseñado por mí, de una exposición individual en la Casa de Cultura de Ciudad Rodrigo, adonde Pedro y yo tuvimos que trasladarnos por el eterno problema de la subsistencia. Nos dejó impresionados la belleza del casco antiguo de aquella pequeña ciudad salmantina, en el que elegimos, por puro romanticismo nada práctico, una antigua casa preciosa y llena de misterio, agrietada, fría y atacada por la carcoma. Algún tiempo antes mi hermana Sara había posado pacientemente para el retrato que aparece en el cartel, en un piso de alquiler que compartíamos en la no menos bella Salamanca. Es un retrato bastantes años posterior al que le hice con la escayola, pero tiene en común ese aire enigmático tras los ojos en sombra. Al retratarla siempre me venía el pensamiento: "ese estatismo y esa aparente calma tienen que ocultar algo".

Sobre estas líneas, reseña de la exposición en un periódico local. Las palabras de Pedro que aparecen entrecomilladas, y que forman parte de un texto que escribió para mí, están mal copiadas por el periodista. Pero esto debe de ocurrir en la mayoría de las reseñas y entrevistas, al menos según mi experiencia: lo que aparece entre comillas es algo que el entrevistado nunca dijo así. Creo que los periodistas escriben a menudo sobre temas de los que no entienden y además tienen que hacerlo a toda velocidad, sin tiempo para reflexionar. Todos, en realidad, acabamos haciendo muchas cosas de mala manera por esta absurda carrera contrarreloj en que estamos inmersos.


Más o menos por aquellas fechas en que retraté a Sara realizamos dos cortometrajes, titulados El diario de mi amiga y Mineralogía. Pedro se ocupó del guión y yo de la imagen, y mis hermanas colaboraron como actrices. Sobre estas líneas pueden verse dos fotogramas (de mala calidad, pues no teníamos muchos medios) de Mineralogía. La de la izquierda es Loreto y la de la derecha nuestra sobrina Sarita, que hizo una pequeña aparición: se bebió un vaso de leche entero ante la cámara y se quedó muy orgullosa de su proeza. Proyectamos las películas en Salamanca, pero mucho me temo que no fueron demasiado comprendidas porque, hay que reconocerlo, eran muy extrañas.


Arriba a la izquierda, cartel, diseñado por mí, de otra exposición en la sala Unamuno de Salamanca. Las caras que componen el cartel son: Pedro en interpretación mía, yo en interpretación suya y dos personajes retomados por Pedro de sus creaciones de infancia: el Sheriff Cocorocó y el Periodista Lechugueto. Fue la última vez que realizamos una exposición conjunta de pintura, porque llegamos a hartarnos de la incomprensión de la gente. En general, los visitantes se empeñaban en la necesidad absoluta de tomar partido por un estilo y rechazar el otro y se mostraban convencidísimos de que "aunque lo negáramos" teníamos que llevarnos fatal a causa de nuestras diferencias estilísticas. Después hemos seguido haciendo colaboraciones, pero estableciendo un diálogo entre lenguajes artísticos distintos. Por ejemplo,  nuestra obra Transmutaciones, aún sin finalizar, combina fotografía y poesía.