ARTE Y VIDA. 2ª parte.

En preparación


Hacia el 98 ó el 99, conocí en Salamanca a Viruete, el pintor taurino. Era nieto de Inocente Viruete, un popular sastre de toreros del Valladolid de la postguerra. Aquel pintor andaba sumido en un problema de conciencia porque, dedicándose al arte taurino, era sin embargo contrario a la Fiesta Nacional, aunque de un modo apacible, sin encarnizamiento militante. Su tendencia natural era sentirse identificado con todo ser en inferioridad de condiciones. Deploraba la caza, así como las capeas y otras fiestas populares; sentía dolor (aunque lo disimulaba para no pasar por loco) ante la visión de pájaros y hamsters enjaulados: de niño había soltado más de un pájaro "por descuido". A veces, al comer pollo y ver esos tendones y esos huesecillos, se sentía como un caníbal, pero lo del vegetarianismo iba y venía, sin acabar de afianzarse. Y, de pronto, a causa de una muy difícil situación económica, se había metido en el negocio del cartel taurino (aunque él, según me contó, hacía bastante menos negocio que el impresor, que era un listillo). En la foto de arriba, y bajo estas líneas, pueden verse varias obras de Viruete.

Inicialmente había pintado tres o cuatro cuadros y los había vendido a una imprenta, sólo para salir del paso. Y se había encontrado con la sorpresa de que las pinturas gustaban mucho, que le pedían más, que los carteles circulaban por muchos lugares de España y que un galerista, Fermín, director del Centro Internacional de Arte, quería también intentar su lanzamiento. Y Viruete (según me contó) se debatía entre una posibilidad de éxito que se avistaba en el horizonte y las molestas voces de su conciencia.
En cierta ocasión, invitado a una fiesta con toreros, ganaderos y otra gente del mundillo, se le acercó un hombre que se declaró admirador de sus pinturas y se confesó sorprendido ante su aspecto físico, pues se había imaginado a Viruete del sexo contrario. En ese instante Viruete (según me contó) sintió un vivo deseo de sincerarse y le explicó al hombre que, aunque apreciaba el valor artístico de muchas pinturas de tema taurino, él personalmente no era partidario de la Fiesta y jamás había visto una corrida de toros, ni en directo ni por televisión. El rostro admirativo del hombre cambió por completo y, en ese mismo instante, el pintor decidió desaparecer para siempre. Y ahí termina la corta historia de Viruete.


Supongo que se ha notado mucho que la foto del pintor Viruete es en realidad un fotomontaje. Lo he hecho a partir de esta foto mía que aparece arriba. Es una broma muy tonta pero quería resarcirme, ya que años atrás me quedé con las ganas de hacer esa tontería.
Como, según me comentó el impresor, todo el mundo imaginaba que el autor de las pinturas era un hombre, le dije a mi sobrina Sarita, ahora Sara: "Voy a gastar una broma. Me voy a hacer fotos con un disfraz y voy a hacer creer a todo el mundo que el pintor Viruete es realmente un hombre. Voy a tener doble personalidad ¡Lo que me voy a reír!". Ella, que por aquel entonces era una niña muy pequeña, me dirigió una mirada de profunda desaprobación, como diciendo: "¡Tan mayor y tan sinvergüenza!" Así que no me atreví a cometer una maldad tan horrorosa. Y es que los niños, cuando se ponen serios ¡hay que ver lo serios que se ponen! Arriba, a la derecha, un retrato al pastel de la niña Sarita luciendo una de sus graves miradas.


Otras veces, en cambio, Sarita no parecía tan seria, como en esta imagen, que es mi primera fotofantasía.
Tardé mucho tiempo en decidirme a comprar un ordenador porque lo veía en algún sentido como un enemigo o un peligro para las artes tradicionales. Y no es que estuviera en eso muy equivocada, porque los modernos lenguajes audiovisuales han dejado en un segundo plano, para la mayoría de la gente, lenguajes artísticos como la pintura o la poesía. Pero también es verdad que fenómenos como Internet han aportado a los artistas una libertad y unas posibilidades de difusión de la propia obra antes impensables. Mostrar una obra al público es una decisión totalmente personal, no depende de que digan sí o no editores o galeristas.
Y, para qué negarlo, el ordenador es un laboratorio fotográfico maravilloso. Yo hice esta primera prueba y quise darle a Sarita una sorpresa. Le dije: "Vamos a jugar a buscar el tesoro". Después de seguir muchas pistas encontró un paquete plano, y dijo con gesto de perspicacia: "Ya sé lo que es, es un cuento". Cuando lo abrió y se vio transformada en sirena puso una expresión que no se me olvidará. Así que hice nuevas fotofantasías, porque provocar en alguien con una obra propia una reacción así es una verdadera recompensa.


Sobre estas líneas, Susana y María, convertidas en hada y mariposa respectivamente. Sí, reconozco que se nota que el vestido del hada es un traje de Primera Comunión pero ¡qué le vamos a hacer, era novata!


Volviendo al asunto Viruete, podéis ver sobre estas líneas (con una pose un tanto cómica), al galerista Fermín, el que quería lanzar las pinturas taurinas. Este galerista fue bastante comprensivo: cuando Viruete le dijo que tiraba los pinceles y que prefería dejar paso a Marta Ferreras, él dijo: "De acuerdo, si el hiperrealismo también me gusta". Y llevó mi obra a la Feria ARCALE 2000. Detrás de él está colgado uno de los cuadros que expuse, que representa un quiosco en la Plaza del Corrillo de Salamanca. El cuadro en realidad es bastante grande pero, por un curioso efecto de la fotografía, parece de un tamaño mucho menor.


El cuadro que aparece sobre estas líneas también formaba parte de la exposición. Está muy mal fotografiado. En aquella edición de ARCALE tuve un dudoso golpe de suerte: cuatro críticos escogieron algunas obras destinadas a formar parte de la colección del Museo C.A.S.A. Este mío fue uno de los elegidos y adquiridos. Pero resulta que los museos modernos reciben el pedante calificativo de "museos dinámicos". Esto significa, llanamente, que los responsables del museo van sacando al público lo que les conviene cuando les conviene, de manera que el museo no es más que una sala de exposiciones temporales. La explicación que dan "desde arriba" es que un museo no debe ser "un mero almacén de cuadros" sino cumplir una función didáctica. Es decir, servir como instrumento para manipular ideológicamente (según la ideología del poder de turno) a eso que los políticos llaman "el pueblo". Como no me considero "pueblo" no quiero que los políticos me instruyan. Prefiero los museos a la antigua, cuando el "almacén de cuadros" no estaba abajo, en las catacumbas, sino arriba, en las salas iluminadas.







En este mismo año gané el Premio de Dibujo Artis. Dibujé un extraño objeto que encontré por la calle y que me llevé a casa con gran esfuerzo, ya que pesaba muchísimo. Yo me había presentado al concurso anteriormente ocho o nueve veces. Casi siempre me llevaba un accésit (me llevé seis en total) pero no me daba por satisfecha y seguía insistiendo: quería ganar el primer premio porque era condición sine qua non (al menos para aquel sin dinero ni relaciones adineradas) para poder exponer en la galería. Hay un pensamiento muy acertado, en mi opinión, que se ha expresado de diversas maneras y por diversas personas muy inteligentes. Es algo así como "guárdate de que se cumplan tus deseos". En lo referente a este concurso, los accésit, que me sabían a poco, me sirvieron para tener materiales gratis durante muchos años. El Primer Premio, en cambio, me acarreó un disgusto a la clausura de la exposición seis años después (que fue el tiempo que tardé en conseguir exponer).

Junto a estas líneas, reseña de la exposición de seleccionados y premiados del concurso.


Arriba, otra reseña de la exposición del concurso. El artículo lo encabeza uno de esos títulos muy del gusto de los periodistas y que parecen muy lógicos a la gente en general. En lugar de decir "los dibujos escogidos" dice "los mejores dibujos", como si realmente hubiera una relación directa entre la calidad de una obra y que ésta sea escogida por un jurado. Y digo esto cuando, en este caso, me convendría apoyar tal creencia. Pero, para ser honesta, creo que presentarse a concursos, oposiciones y demás es muy parecido a jugar a la lotería.


Este fue el dibujo que presenté bajo el título de MÁQUINA. Supongo que alguien sabrá de qué objeto se trata. Yo no lo sé.

Sobre estas líneas, reseña de uno de los concursos Artis, el primero al que me presenté y en el que gané un accésit con la obra "Caja de herramientas". Abajo a la izquierda, una reproducción muy mala de la obra (de la que no tengo fotografía), sacada de un catálogo.

La imagen de la derecha es un fragmento del dibujo titulado "Despertador", del que tampoco tengo foto, únicamente una reproducción borrosa en miniatura aparecida en el folleto de la exposición. Además le falta un buen trozo. El jurado me dio un accésit. El galerista, un simpático anciano llamado Juan Navarro, que tenía una risa muy graciosa y una antigua máquina de escribir que escribía con una letra cursiva muy florida, me dijo: "Podrías haber ganado el primer premio si hubieras hecho más composición". Al parecer, él pensaba que yo dibujaba muy bien pero no sabía componer, ya que sólo así podía explicarse que hubiera colocado un único objeto, muy pequeño, en la esquina de un gran espacio. Seguramente por eso en el folleto "me lo centraron". Me dijo: "Yo te aconsejo que la próxima vez pongas varios objetos, seguramente el jurado lo valorará más". Podría haberle explicado que el objeto pequeño, solitario y descentrado tenía un simbolismo, significaba algo para mí. Pero yo era de pocas palabras y, por otra parte, pensé: "Voy a ser práctica". Así que, en la siguiente convocatoria, presenté una composición con varios objetos. Y ese año no me llevé nada. Entonces llegué a la conclusión de que, a veces, no es práctico ser práctico.

A la muerte de Juan Navarro heredó la galería Artis su hija. Se realizó una exposición itinerante de homenaje, en la que participaban varias galerías. Esta reseña corresponde al momento en que la exposición estuvo en Portugal. Yo iba con el Centro Internacional de Arte. Las manos de la foto son doblemente mías: son mis manos pintadas por mí. Pintar manos no se diferencia mucho de hacer un retrato. Hablan de la persona tanto como su rostro.



Estas son las manos de mi preciosa hermana Laura. Tienen esa pasividad, ese dulce abandono que tenía ella, siempre niña. Inteligente en lo profundo pero desorientada, absolutamente débil. La coquetería reflejada en sus uñas pintadas y, sin embargo, el miedo a la vida social expresado en ese pijama de tantas horas metida en casa, el único lugar donde es posible para una persona ser ella misma. Para los que no saben fingir, el mundo fuera del hogar es muy incómodo. En el retrato se ven, también, las mangas de una bata de hospital. Una bata que llegó a ser su obligada vestimenta durante un tiempo interminable y durísimo en que a veces Laura, incapaz de perder del todo la inocencia, miraba esperanzada catálogos de ropa y zapatos.