domingo, 25 de octubre de 2015

6. ELOGIO DE LA DESOBEDIENCIA. Vivisección de una lombriz.

Un día, en una edad en que todavía éramos niñas (al menos lo era yo, la niña empollona, despistes, palillo, espárrago, espagueti), las estudiantes del Colegio Patrocinio de San José realizamos una actividad práctica en clase de ciencias. Consistía en abrir longitudinalmente una lombriz y clavar hacia los lados con alfileres su piel abierta, dejando al descubierto el interior.

Recuerdo una confusa sensación de muchísimas lombrices, docenas, cientos, miles de lombrices… ¿muertas, vivas, anestesiadas, dormidas? (eso no puedo recordarlo) que el profesor, la profesora, el maestro, la maestra (tampoco lo recuerdo exactamente) repartió entre las alumnas. Muertas no creo que estuvieran, porque el objetivo de la actividad era observar en directo el funcionamiento de algún órgano interno que ni siquiera llegué a distinguir.

Teniendo en cuenta que en el mundo existen (o han existido, eso sí puedo asegurarlo) niños que disfrutan desmembrando moscas, apedreando ranas, inflando sapos, e incluso quemando gatos o ahorcando cisnes (en mi infancia tuve la desgracia de presenciar algún espectáculo más que horroroso), la vivisección de una lombriz puede parecer una minucia. Pero lo cierto es, y ríase quien quiera de mi ridícula debilidad, que aquella orden de mis superiores me pareció monstruosa. El mareo me nublaba la vista y no podía controlar el temblor de mis manos, de modo que realicé mi tarea bastante mal: armé una terrible carnicería en miniatura.

Y decía para mis adentros: “No quiero, no quiero hacerlo, digo que no, digo que no, digo que no, digo que no”.

Pero me habían dicho: “Las niñas buenas obedecen a sus mayores”.

Mi adiestramiento en la obediencia me empujaba a cumplir las órdenes de mi maestro para ser buena, mientras un íntimo sentimiento me decía: cometer esta estúpida crueldad no puede ser algo bueno. Y así, debatiéndome entre dos ideas enfrentadas de bondad, me vi en la disyuntiva de optar por ser mala para ser considerada buena, o ser buena para ser considerada mala.

¿Era realmente necesario aquel experimento? ¿Qué nos aportó? Dudo que alguna de las niñas que consiguieron realizar la tarea con la suficiente frialdad, o con la suficiente inconsciencia, pueda, a estas alturas, darnos una charla sobre la anatomía interna de la lombriz común. A no ser que se haya hecho bióloga ─o experta pescadora─.

Yo me sentí indefensa, asustada, asqueada, triste, perpleja y, sobre todo, avergonzada.

Avergonzada por no haber sido capaz de desobedecer.

Pero, en medio de toda esa oscura conmoción de mi corazón y mi cerebro, una sensación diferente, positiva, consiguió imponerse. De pronto sentí que había descubierto algo. Que una sospecha, o una pequeña luz, había nacido dentro de mí y crecía, dándoles a mis creencias y mis confianzas infantiles un aspecto nuevo, insospechado. Y comencé a hacerme las siguientes preguntas:

¿Es lo mismo obediencia que bondad?
¿Son buenos los adultos?
¿De verdad distinguen los adultos, incluso los que parecen inteligentes y buenos, lo que está bien de lo que está mal?
¿Debo creer siempre lo que me dicen los adultos?
¿Debo aprender todo lo que me enseñan los adultos?
¿Debo obedecer a los adultos?